Materiales para 5to y 6to

Materiales 5 to Las Revoluciones liberales o Burguesas. Parte I

Ficha 2
Revoluciones liberales o burguesas

1)Concepto

Advenimiento de una sociedad nueva, la sociedad sin órdenes. Sustitución del régimen absoluto por un gobierno liberal a través de cambios, por lo general bruscos, desarrollados en un breve período de tiempo.

Ejemplos:
La revolución inglesa en el siglo XVII, 1640-1688
La revolución americana, 1775-1781
La revolución francesa, 1789-1799

2)Antecedentes
Crisis del Antiguo Régimen

a)Crisis de la estructura económico-social. Supervivencia feudal en contradicción con el ascenso de la burguesía y su importancia creciente.

b)Presión demográfica, desocupación, desequilibrios sociales.

c)Coyuntura económica desfavorable: alzas de precios en América del Norte. Escasez en Europa

d)Fuerte presión fiscal –aumento de impuestos-

e)Crisis de las instituciones políticas. Influencia de las Nuevas Ideas. Acción de los cuerpos aristocráticos para conservar los privilegios.

Inglaterra

“El público, que reprobaba la ambición de los jueces, los letrados, secretarios y demás burócratas, se indignaba cuando las asignaciones iban directamente a las bolsas de cortesanos que no ejercían ninguna función social. Dicha indignación subía de punto entre los productores y comerciantes, que poseían viva conciencia de que era un derroche gravitante, a fin de cuentas, sobre su esfuerzo. La línea fronteriza entre los beneficios de la corona y el resto del pueblo inglés colocaba de un lado a la mayor parte de la aristocracia, y de otro al grueso de la gentry, que constituía el armazón del país y cuyas reivindicaciones eran bastante complejas. Particularmente, sus miembros protestaban de la agobiante fiscalidad, que, sin embargo, era poco gravosa en lo tocante a las rentas sustanciales, pero, como suele suceder en los conflictos sociales, la carga objetiva tenía por sí misma menos importancia que el deseo de un rígido control por parte de la corona, hasta el extremo de que cuando, en la decisiva década de 1630, el acaudalado Hampden entabló el célebre recurso por 31 chelines del impuesto decretado por Carlos I, su actitud debe verse ante todo a la luz de un enfrentamiento político con el monarca”
Pierre Jeannin: “El noreste y el norte de Europa en los siglos XVII y XVIII”

Acta de acusación contra Carlos I, rey de Inglaterra
"El dicho Carlos Estuardo, elevado al trono de Inglaterra, había sido en consecuencia revestido de un poder limitado para gobernar por y según las leyes del país y no de otra manera, y estaba obligado por su misión, su juramento y su cargo a emplear el poder que le había sido confiado en beneficio y provecho del pueblo y para la conservación de sus derechos y libertades; sin embargo, con la intención perversa de elegir en su persona un poder ilimitado o tiránico que le pusiera en estado de gobernar conforme a su voluntad y destruir los hechos y libertades del pueblo, revocando y anulando todas sus bases, de privar al pueblo de los medios de recuperarse y de los remedios que contra los malos gobiernos que aseguraban las constituciones fundamentales del terreno y las garantías previstas en su favor en el derecho y el poder del parlamentos sucesivos o de asambleas nacionales reunidas en consejo, el citado Carlos Estuardo, para cumplir sus propósitos y para mantenerse, tanto él como sus adictos, en las prácticas culpables a las que se entregaban con esta intención, han tomado las armas traidora y maliciosamente contra el presente Parlamento y contra el pueblo por él representado
Esta guerra cruel y desnaturalizada, comenzada, continuada y renovada, como ya se ha dicho, por el citado Carlos Estuardo, ha sido causa de la efusión de sangre inocente de muchos hombres libres de esta nación y de la ruina de muchas familias; agotado el tesoro público, entorpecido y arruinado miserablemente el comercio; ha ocasionado la nación perjuicios y gastos enormes; ha devastado varias zonas del país. Estos designios perversos, guerras y prácticas perniciosas del mencionado Carlos Estuardo advenir y tienen por objeto sostener el interés personal de su voluntad, de su poder y una pretendida prerrogativa atribuida a él y a su familia en perjuicio del interés público, de los derechos, de la libertad del pueblo, de la justicia y de la tranquilidad de la nación de la cual había recibido sus poderes, como ya hemos dicho”

Las colonias inglesas en América del Norte

Restricciones al desarrollo económico de las colonias:
“Un colono no puede fabricar un botón, una herradura, ni un clavo de herradura sin que algún herrero o algún respetable fabricante de botones de Inglaterra no proteste y grite que su honor ha sido tremendamente agraviado, que ha sido injuriado, estafado y despojado por los vicios republicanos de Norteamérica”
Diario de Boston de 1765
Oposición a las actividades manufactureras
“Todas estas colonias, que no son más que pequeñas ramas del árbol principal(Inglaterra) deberían ser mantenidos en absoluta sujeción y subordinación a Inglaterra; y eso nunca podrá ser si se le permite que sus habitantes sigan teniendo la idea de que son iguales a los ingleses, de manera que puedan establecer aquí la misma manufacturas que la gente de Inglaterra; pues las consecuencias serán que en cuanto vean que sin auxilio de Inglaterra pueden vestirse no sólo con ropas cómodas, sino también elegantes, aquellos que ni siquiera ahora está muy inclinadas a someterse al gobierno pensarían inmediatamente en poner en ejecución proyectos que hace largo tiempo cobijan en su pecho. Esto no os parecería extraño si considera y qué clase de gente habita esta comarca”.
Carta del gobernador de Nueva York a la Junta de Comercio de Inglaterra, 1705.

Declaración de independencia de los Estados Unidos de América:
"La historia del actual rey de Gran Bretaña es una serie de injusticias y de usurpaciones, teniendo todas directamente por objeto el establecimiento de una tiranía absoluta sobre estos Estados. Para probarlo, es suficiente con someter los hechos al juicio de mundo imparcial… No hemos dejado de dirigirnos hacia nuestros hermanos de Gran Bretaña. Les hemos advertido, en todas las ocasiones, de las tentativas que hacía su Parlamento para extender sobre nosotros una jurisdicción injustificable. Hemos recordado a su memoria las circunstancias de nuestra inmigración y de nuestro establecimiento en estas tierras. Hemos apelado a su justicia, a su grandeza de alma, y le hemos conjurado, por los lazos de nuestras relaciones y nuestros cambios. Ellos también han si han sido sordos a la voz de la justicia y la consanguinidad…”
Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América


Francia


La condición de la población rural:
"92 hogares componen nuestra parroquia, que no tiene más de dos leguas de circunferencia; 700 personas de todo sexo y edad; he aquí, más o menos, el número de sus habitantes, que están todos agregados a la tierra. Situados a siete leguas de distancia del río, alejados de las grandes rutas y de la ciudad en más de tres leguas, no pudiendo tener comunicaciones más que a través de caminos impracticables, nada puede excitar su industria, ni pueden iniciar ninguna empresa lucrativa… Privados por la escasez de forraje de las ventajas que reportan el mantenimiento de animales, su único cuidado es el sacar el mejor partido posible del suelo que los ha visto nacer ¡y qué suelo! un terreno pedregoso, estéril, incapaz incluso de producir sin cultivo la hierba más simple. 16 labradores, si así se puede llamar a ocho o nueve de ellos que tienen a dos débiles caballos, aran todo el año con esfuerzo y riegan con su sudor una tierra ingrata, a la cual no pueden dar el abono necesario y cuyo producto anual ordinario es todo lo más de tres por uno.
Y es, sin embargo, de este débil y único producto, una parte del cual debe necesariamente volver a la tierra, de donde el cultivador está obligado a redimir todos sus censos, a mantenerse, alimentar a su familia. Pero, ¿cómo saldará sus censos y atenderá a este mantenimiento si sus cosechas son menos abundantes, si es frustrado en sus esperanzas, si un incendio, una crecida le lleva el fruto de sus trabajos?... Pero si la condición de labradores es tan dolorosa que capaz de excitar la compasión del soberano, cuanto más penosa era el jornalero, para el que cada día de lluvia es un día de hambre, que doblado sobre la tierra desde el amanecer hasta la puesta del sol no puede arrancar de su seno más que el trozo de pan negro que le sostiene hasta el día siguiente, en que está obligada volver a empezar su trabajo si quiere obtener el mismo salario (…) El menor retraso repugna a la insaciable avidez de los empleados, siempre activos … Hace falta el dinero, gritan para cancelar la deuda del Estado. ¡Ah! para descargar al Estado todo francés daría hasta la última gota de su sangre pero, ¿daría el dinero que no tiene?
Cuaderno de quejas de Bourgues

Materiales 6 to. LA REVOLUCIÓN MUNDIAL

Después de la revolución francesa ha tenido lugar en Europa una revolución rusa, que una vez más ha enseñado al mundo que incluso los invasores más fuertes pueden ser rechazados cuando el destino de la patria está verdaderamente en manos de los pobres, los humildes, los proletarios y el pueblo trabajador. Del periódico mural de la / 9 Brigata Ensebio Giambone de los partisanos italianos, Í944 (Pavone, 1991, p. 406)


La revolución fue hija de la guerra del siglo xx: de manera particular, la revolución rusa de 1917 que dio origen a la Unión Soviética. La guerra por sí sola no desencadena inevitablemente la crisis, la ruptura y la revolución en los países en conflicto. Sin embargo, el peso de la guerra total del siglo xx sobre los estados y las poblaciones involucrados en ella –especialmente para los vencidos- fue tan abrumador que los llevó al borde del abismo. Sólo Estados Unidos salió de las guerras mundiales intactas y hasta más fuertes. En todos los demás países el fin de los conflictos desencadenó agitación.
En 1918, los cuatro gobernantes de los países derrotados (Alemania, Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria) perdieron el trono, además del zar de Rusia, que ya había sido derrocado en 1917, después de ser derrotado por Alemania. Por otra parte, los disturbios sociales, que en Italia alcanzaron una dimensión casi revolucionaria, también sacudieron a los países beligerantes europeos del bando vencedor.
Parecía que sólo hacía falta una señal para que los pueblos se levantaran a sustituir el capitalismo por el socialismo, transformando los sufrimientos sin sentido de la guerra mundial en un acontecimiento de carácter más positivo. Fue la revolución rusa —o, más exactamente, la revolución bolchevique— de octubre de 1917 la que lanzó esa señal al mundo, convirtiéndose así en un acontecimiento tan crucial para la historia de este siglo como lo fuera la revolución francesa de 1789 para el devenir del siglo xix.
La revolución de octubre originó el movimiento revolucionario de mayor alcance que ha conocido la historia moderna. Su expansión mundial no tiene parangón desde las conquistas del islam en su primer siglo de existencia. Sólo treinta o cuarenta años después de que Lenin llegara a la estación de Finlandia en Petrogrado, un tercio de la humanidad vivía bajo regímenes que derivaban directamente de «los diez días que estremecieron el mundo» (Reed, 1919) y del modelo organizativo de Lenin, el Partido Comunista. La mayor parte de esos regímenes se ajustaron al modelo de la URSS en la segunda oleada revolucionaria que siguió a la conclusión de la segunda fase de la larga guerra mundial de 1914-1945.

Durante una gran parte del siglo xx, el comunismo soviético pretendió ser un sistema alternativo y superior al capitalismo, destinado por la historia a superarlo. Y durante una gran parte del período, incluso muchos de quienes negaban esa superioridad albergaron serios temores de que resultara vencedor. En efecto, la revolución de octubre se veía a sí misma, más incluso que la revolución francesa en su fase jacobina, como un acontecimiento de índole ecuménica –universal- más que nacional. Su finalidad no era instaurar la libertad y el socialismo en Rusia, sino llevar a cabo la revolución proletaria mundial. A los ojos de Lenin y de sus camaradas, la victoria del bolchevismo en Rusia era ante todo una batalla en la campaña que garantizaría su triunfo a escala universal, y esa era su auténtica justificación.

Cualquier observador atento del escenario mundial comprendía desde 1870 que la Rusia zarista estaba madura para la revolución, que la merecía y que una revolución podía derrocar al zarismo. Y desde que en 1905-1906 la revolución pusiera de rodillas al zarismo, nadie dudaba ya de ello. De hecho, apenas se había recuperado el régimen zarista de la revolución de 1905 cuando, indeciso e incompetente como siempre, se encontró una vez más acosado por una oleada creciente de descontento social. Durante los meses anteriores al comienzo de la guerra, el país parecía una vez más al borde de un estallido, sólo conjurado por la sólida lealtad del ejército, la policía y la burocracia. Como en muchos de los países beligerantes, el entusiasmo y el patriotismo que embargaron a la población tras el inicio de la guerra enmascararon la situación política, aunque en el caso de Rusia no por mucho tiempo. En 1915, los problemas del gobierno del zar parecían de nuevo insuperables.
La revolución de febrero de 1917 – primera etapa-, que derrocó a la monarquía rusa, fue un acontecimiento esperado, recibido con júbilo por toda la opinión política occidental, si se exceptúan los más furibundos reaccionarios tradicionalistas. Pero también daba todo el mundo por sentado que la revolución rusa no podía ser, y no sería, socialista. No se daban las condiciones para una transformación de esas características en un país agrario marcado por la pobreza, la ignorancia y el atraso y donde el proletariado industrial, que Marx veía como el enterrador predestinado del capitalismo, sólo era una minoría minúscula, aunque gozara de una posición estratégica. El derrocamiento del zarismo y del sistema feudal sólo podía desembocar en una «revolución burguesa». La lucha de clases entre la burguesía y el proletariado (que, según Marx, sólo podía tener un resultado) continuaría, pues, bajo nuevas condiciones políticas. Al final de la primera guerra mundial parecía que eso era precisamente lo que iba a ocurrir.
Sólo existía una complicación. Si Rusia no estaba preparada para la revolución socialista proletaria que preconizaba el marxismo, tampoco lo estaba para la «revolución burguesa» liberal. Parecían existir dos posibilidades: o se implantaba en Rusia un régimen burgués-liberal con el levantamiento de los campesinos y los obreros bajo la dirección de unos partidos revolucionarios que aspiraban a conseguir algo más, o —y esta segunda hipótesis parecía más probable— las fuerzas revolucionarias iban más allá de la fase burguesa-liberal hacia una «revolución permanente» más radical. En 1917, Lenin, que en 1905 sólo pensaba en una Rusia democrático-burguesa, llegó desde el principio a una conclusión realista: no era el momento para una revolución liberal. Sin embargo, veía también, como todos los demás marxistas, rusos y no rusos, que en Rusia no se daban las condiciones para la revolución socialista. Los marxistas revolucionarios rusos consideraban que su revolución tenía que difundirse hacia otros lugares.

A pesar de todo, las sociedades de la Europa en guerra comenzaron a tambalearse bajo la presión extraordinaria de la guerra en masa. La exaltación inicial del patriotismo se había apagado y en 1916 el cansancio de la guerra comenzaba a dejar paso a una intensa y callada hostilidad ante una matanza aparentemente interminable e inútil a la que nadie parecía estar dispuesto a poner fin. El sentimiento antibelicista reforzó la influencia política de los socialistas, que volvieron a encarnar progresivamente la oposición a la guerra que había caracterizado sus movimientos antes de 1914. No ha de sorprender tampoco que, especialmente después de que la revolución de octubre instalara a los bolcheviques de Lenin en el poder, se mezclaran los deseos de paz y revolución social.

Rusia, madura para la revolución social, cansada de la guerra y al borde de la derrota, fue el primero de los regímenes de Europa central y oriental que se hundió bajo el peso de la primera guerra mundial. La explosión se esperaba, aunque nadie pudiera predecir en qué momento se produciría. Pocas semanas antes de la revolución de febrero, Lenin se preguntaba todavía desde su exilio en Suiza si viviría para verla. De hecho, el régimen zarista sucumbió cuando a una manifestación de mujeres trabajadoras (el 8 de marzo, «día de la mujer», que celebraba habitualmente el movimiento socialista) se sumó el cierre industrial en la fábrica metalúrgica Putilov, cuyos trabajadores destacaban por su militancia, para desencadenar una huelga general y la invasión del centro de la capital, cruzando el río helado, con el objetivo fundamental de pedir pan. La fragilidad del régimen quedó de manifiesto cuando las tropas del zar, incluso los siempre leales cosacos, dudaron primero y luego se negaron a atacar a la multitud y comenzaron a fraternizar con ella. Cuando se amotinaron, después de cuatro días caóticos, el zar abdicó, siendo sustituido por un «gobierno provisional» que gozó de la simpatía e incluso de la ayuda de los aliados occidentales de Rusia, temerosos de que su situación desesperada pudiera inducir al régimen zarista a retirarse de la guerra y a firmar una paz por separado con Alemania. Cuatro días de anarquía y de manifestaciones espontáneas en las calles bastaron para acabar con un imperio.

Por consiguiente, lo que sobrevino no fue una Rusia liberal y constitucional occidentalizada y decidida a combatir a los alemanes, sino un vacío revolucionario: un impotente «gobierno provisional» por un lado y, por el otro, una multitud de «consejos» populares (soviets) que surgían espontáneamente en todas partes. Los soviets tenían el poder (o al menos el poder de veto) en la vida local, pero no sabían qué hacer con él ni qué era lo que se podía o se debía hacer. Los diferentes partidos y organizaciones revolucionarios —bolcheviques y mencheviques socialdemócratas, social revolucionario y muchos otros grupos menores de la izquierda, que emergieron de la clandestinidad— intentaron integrarse en esas asambleas para coordinarlas y conseguir que se adhirieran a su política, aunque en un principio sólo Lenin las consideraba como una alternativa al gobierno («todo el poder para los soviets»).
A pesar de los diferentes programas de los partidos revolucionarios la exigencia básica de la población más pobre de los núcleos urbanos era conseguir pan, y la de los obreros, obtener mayores salarios y un horario de trabajo más reducido. Y en cuanto al 80 por 100 de la población rusa que vivía de la agricultura, lo que quería era, como siempre, la tierra. Todos compartían el deseo de que concluyera la guerra. El lema «pan, paz y tierra» suscitó cada vez más apoyo para quienes lo propugnaban, especialmente para los bolcheviques de Lenin, cuyo número pasó de unos pocos miles en marzo de 1917 a casi 250.000 al inicio del verano de ese mismo año. La gran cualidad de Lenin y los bolcheviques fue el conocimiento de lo que querían las masas, lo que les indicaba cómo tenían que proceder. En cambio, el gobierno provisional y sus seguidores fracasaron al no reconocer su incapacidad para conseguir que Rusia obedeciera sus leyes y decretos.
El afianzamiento de los bolcheviques —que en ese momento constituía esencialmente un partido obrero— en las principales ciudades rusas, especialmente en la capital, Petrogrado, y en Moscú, y su rápida implantación en el ejército, entrañó el debilitamiento del gobierno provisional. El sector más radicalizado de sus seguidores impulsó entonces a los bolcheviques a la toma del poder. En realidad, llegado el momento, no fue necesario tomar el poder, sino simplemente “ocuparlo” en octubre de 1917. El gobierno provisional, al que ya nadie defendía, se disolvió como burbuja en el aire.

El nuevo régimen se mantuvo. Sobrevivió a una dura paz impuesta por Alemania en Brest-Litovsk, unos meses antes de que los propios alemanes fueran derrotados, y que supuso la pérdida de Polonia, las provincias del Báltico, Ucrania y extensos territorios del sur y el oeste de Rusia. Por su parte, diversos ejércitos y regímenes contrarrevolucionarios («blancos») se levantaron contra los soviets, financiados por los aliados, que enviaron a suelo ruso tropas británicas, francesas, norteamericanas, japonesas, polacas, serbias, griegas y rumanas. En los peores momentos de la brutal y caótica guerra civil de 1918-1920, la Rusia soviética quedó reducida a un núcleo cercado de territorios en el norte y el centro, entre la región de los Urales y los actuales estados del Báltico, además del pequeño apéndice de Leningrado, que apunta al golfo de Finlandia. Así pues, y contra lo esperado, la Rusia soviética sobrevivió. Los bolcheviques extendieron su poder y lo conservaron a lo largo de varios años de continuas crisis y catástrofes: la conquista de los alemanes y la dura paz que les impusieron, las secesiones regionales, la contrarrevolución, la guerra civil, la intervención armada extranjera, el hambre y el hundimiento económico.

La primera reacción occidental ante el llamamiento de los bolcheviques a los pueblos para que hicieran la
paz —así como su publicación de los tratados secretos en los que los aliados habían decidido el destino de Europa— fue la elaboración de los catorce puntos del presidente Wilson, en los que se jugaba la carta del nacionalismo contra el llamamiento internacionalista de Lenin. Se iba a crear una zona de pequeños estados nacionales para que sirvieran a modo de cordón sanitario contra el virus rojo – revolución bolchevique-

La revolución mundial que justificaba la decisión de Lenin de implantar en Rusia el socialismo no se produjo y ese hecho condenó a la Rusia soviética a sufrir, durante una generación, los efectos de un aislamiento que acentuó su pobreza y su atraso. Las opciones de su futuro desarrollo quedaban así determinadas, o al menos fuertemente condicionadas. Sin embargo, una oleada revolucionaria barrió el planeta en los dos años siguientes a la revolución de octubre y las esperanzas de los bolcheviques, prestos para la batalla, no parecían irreales. En todos los lugares donde existían movimientos obreros y socialistas se produjeron movilizaciones, incluso más allá. Hasta los trabajadores de las plantaciones de tabaco de Cuba, muy pocos de los cuales sabían dónde estaba Rusia, formaron «soviets». En España, al período 1917- 1919 se le dio el nombre de «bienio bolchevique», aunque la izquierda española era profundamente anarquista, que es como decir que se hallaba en las antípodas políticas de Lenin. Sendos movimientos estudiantiles revolucionarios estallaron en Pekín (Beijing) en 1919 y en Córdoba (Argentina) en 1918, y desde este último lugar se difundieron por América Latina generando líderes y partidos marxistas revolucionarios locales. En los Estados Unidos, los finlandeses, que durante mucho tiempo fueron la comunidad de inmigrantes más intensamente socialista, se convirtieron en masa al comunismo, multiplicándose en los inhóspitos asentamientos mineros de Minnesota las reuniones «donde la simple mención del nombre de Lenin hacía palpitar el corazón... En medio de un silencio místico, casi en un éxtasis religioso, admirábamos todo lo que procedía de Rusia».
Mientras tanto, en Alemania los marineros revolucionarios pasearon el estandarte de los soviets de un extremo al otro, donde la ejecutiva de un soviet de obreros y soldados de Berlín nombró un gobierno socialista de Alemania, donde pareció que coincidirían las revoluciones de febrero y octubre, cuando la abdicación del emperador dejó en manos de los socialistas radicales el control de la capital. Pero fue tan sólo una ilusión, que hizo posible la parálisis total, aunque momentánea, del ejército, el estado y la estructura de poder bajo el doble impacto de la derrota total y de la revolución. Al cabo de unos días, el viejo régimen estaba de nuevo en el poder, en forma de república, y no volvería a ser amenazado seriamente por los socialistas, que ni siquiera consiguieron la mayoría en las primeras elecciones, aunque se celebraron pocas semanas después de la revolución. Menor aún fue la amenaza del Partido Comunista recién creado, cuyos líderes, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, fueron asesinados por pistoleros a sueldo del ejército. En Hungría, también estalló, en el mismo año, un movimiento revolucionario dirigido por comunistas y socialistas. Se llego a formar un gobierno de los soviets, pero la intervención de Francia y Rumania puso fin a esta experiencia.
Aunque el año 1919, el de mayor inquietud social en Occidente, contempló el fracaso de los únicos intentos de propagar la revolución bolchevique, y a pesar de que en 1920 se inició un rápido reflujo de la marea revolucionaria, los líderes bolcheviques de Moscú no abandonaron, hasta bien entrado 1923, la esperanza de ver una revolución en Alemania y en el frente Occidental.
Con la llegada de Stalin en el poder -1924- se estableció la disyuntiva entre la URSS, como un estado que necesitaba coexistir con otros estados —comenzó a obtener reconocimiento internacional como régimen político a partir de 1920—, o el movimiento comunista, cuya finalidad era la subversión y el derrocamiento de todos los demás gobiernos.
En último extremo, prevalecieron los intereses de estado de la Unión Soviética sobre los afanes de revolución mundial de la Internacional Comunista, a la que Stalin redujo a la condición de un instrumento al servicio de la política del estado soviético bajo el estricto control del Partido Comunista soviético, purgando, disolviendo y transformando sus componentes según su voluntad. La revolución mundial pertenecía a la retórica del pasado. En realidad, cualquier revolución era tolerable con tal de que no fuera en contra de los intereses del estado soviético y de que éste pudiera controlarla.
De este modo, en la URSS se sabía desde hacía mucho tiempo que la transformación de la humanidad no sobrevendría gracias a una revolución mundial inspirada por Moscú. Durante los largos años de ocaso de la era Brezhnev se desvaneció incluso la sincera convicción de Nikita Kruschev de que el socialismo «enterraría» al capitalismo en razón de su superioridad económica. Pero esas dudas no asaltaban a la primera generación de aquellos a los que la brillante luz de la revolución de octubre inspiró a dedicar sus vidas a la revolución mundial.
En suma, la revolución de octubre fue reconocida universalmente como un acontecimiento que conmovió al mundo. Las repercusiones indirectas de la era de insurrecciones posterior a 1917 han sido tan profundas como sus consecuencias directas.

Historia del siglo XX. Eric Hobsbawm